jueves, 16 de septiembre de 2010

Amores perros

Desde esta silla en la que vivo más de ocho hora al día observo el exterior con atención, la puerta abierta ante mí se ha convertido en una ventana al mundo, y la parada de autobús que habita delante mío un escaparate donde la gente que espera, quizás por aburrimiento y por supuesto totalmente inconscientes de que están siendo observados, se comportan normalmente.

Me gusta observar sus comportamientos y extrapolarlos a su forma de ser para llegar al fondo de ellos, quizás de manera equivocada aunque creo que no tanto.

Hay esperas pacientes, compulsivas, amables y hasta divertidas, pero hoy una señora me ha hecho detenerme en ella, me ha hecho darme cuenta como nuestros actos pueden desvelar características que muchas veces escondemos, pero que cuando estamos solos o creemos estarlo no los disfrazamos, no nos hace falta porque ya nos conocemos, porque sabemos de que pie cojeamos aunque en ocasiones nos detestemos por ello y hasta nos caigamos mal.

Era una señora de unos 50 años, de clase media alta, salida de casa tras una larga sesión de puesta a punto, conjuntada hasta el detalle, perseguida por un "marido" a una distancia prudencial de unos tres metros, a mi parecer más un pelele que un acompañante, un pelele al que hace unas decenas de años le pusieron el cartel de "marido" y él voluntariamente lo ha sustituido por "animal de compañía", al que le dieron un sermonete un domingo soleado del cual sólo escuchó sus obligaciones y no consiguió memorizar ni una de las que su esposa tenía con él para hoy poder recordárselas.

Han parado justo delante de mi ventana al mundo, ella miraba el cristal que ha convertido en espejo, un espejo en el que seguir observándose, peinándose, queriéndose, dándose a ella misma todo su amor, toda su admiración y no reservando nada para su fiel amigo.

Él le hablaba, como perro que da la pata para llamar la atención de su ama, pero ella no tenía tiempo para prestarle atención, todo su tiempo ya lo había gastado para ella misma, pero él seguía en su empeño y le explicaba una historia que a mis ojos sólo le interesaba a él y a una chica que esperaba el 56 aburrida y que le daba más cariño que su dueña quien seguía pensando en silencio en su próxima sesión de yoga-pilates-pedicura.

Tras 18 minutos de monólogo canino y algún asentimiento de propina por parte de ella, ha llegado el autobús, ella se ha girado, ha avanzado y ha subido, sin mirar atrás ni un sólo segundo para comprobar que su marido seguía tras ella, tenia clarísimo que así era y si no fuera así dudo que le importase demasiado.

Me he quedado pensando en la desigualdad en la pareja y sin embargo seguían juntos aunque dudo que felices. Bueno ella seguro que sí, mientras no le faltasen sus necesidades básicas entre las cuales no estaba el cariño de su compañero. Y él..., ¿se casó con la persona que hoy le acompañaba o con el tiempo su esposa había mutado hasta convertirse en lo que era hoy?, ¿Había pasado de ser perro-muchacho a perro-marido o la madurez le había sorprendido haciéndole protagonista de amores perros?

2 comentarios:

  1. Y esos que van del bracete tan requeteagusto??
    Que los hay, Mónica. Y que me encanta ver matrimonios mayores juntitos, de verdad

    Por cierto, es el segundo comentario que mando. Pero no veo el primero...
    Ayyyyy

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  2. No me lo puedo creer!! cuarta vez que escribo lo mismo o parecido, voy a resumir:
    Que me encantan las parejas de matrimonios mayores que van cogidos de la mano y muestran una conplicidad cultivada años y años

    ayyy a ver si va la vencida!!!

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