Erase una vez...

A veces la vida coge un no-rumbo, un no-sentido, un no-todo que es difícil de explicar. Una apatía generalizada acompañada de un cansancio profundo por todo lo que te rodea, las razones no se saben bien por que.

Quizás porque las expectativas marcadas son muy elevadas, nos han inculcado el deseo de ser una princesa disney en un mundo de fantasía y nos hemos creído que existe, seremos gilipollas, seguimos esperando la llegada de una hada madrina que nos quite la escoba de la mano y nos coloque en una vida perfecta aunque sea por unas horas, hasta que el reloj marque medianoche.

Entonces, abrimos los ojos tras el ding dong del reloj biológico y nos damos cuenta que la vida es una puta lucha en la que llevamos como arma un palito de madera cuando lo que en realidad necesitamos para defendernos es un lanza misiles de largo alcance.

Cuando la vida se convierte en un dominó donde las piezas caen una tras otra y donde la experiencia nos dice que no volverán a levantarse y colocarse en fila solas porque para ello se necesita mucho esfuerzo y fuerzas faltan.

Cuando te das cuenta que la familia que has creado, que te ha tocado o que has acabado provocando es de paja, y por ello cuando aparece el lobo de un solo soplido se lo carga todo, y te deja a la intemperie ante un invierno que se presenta duro tras un verano calentito.

Y así, cuento tras cuento sigo soñando en ser Alicia en el país de las maravillas, país que dudo que exista cada vez más.

Así que, me voy a dormir al bosque y soñar que me recoge los siete enanitos y me cuidan para siempre mientras otros son felices y comen perdices.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado...